(1979) Abogado constitucionalista. Profesor de estudios políticos e internacionales desde 1998 (UC, UNESR, UCV, USM). Colaborador de medios internacionales (Inglés, Portugués, Italiano) Escritor en prensa. Colaborador en tv internacional

martes, 13 de agosto de 2013

Tv China entrevista al Prof. Jesús Silva - Relaciones Venezuela EEUU

En esta entrevista, el constitucionalista venezolano explica que los tropiezos en las relaciones de EEUU y Venezuela pueden ser superados. Ademas ha asegurado que a diferencia de otras materias primas o productos, "el petroleo no puede ser bloqueado". Ver video en el link abajo: 

jueves, 25 de julio de 2013

De los aduladores (reflexiones)

Retrato del adulador
Escrito por Alfonso Fernández Tresguerres

La adulación se alimenta de la vanidad y nace del interés

Un buen amigo mío, a quien tengo por hombre juicioso y no de escaso ingenio, suele repetir que cuando alguien empieza a halagar tu vanidad un punto más allá de lo que podría ser considerado razonable; cuando, súbitamente, parece adorarte; considera oportuno todo lo que haces; ingenioso todo lo que dices, y, en suma, no para mientes en ponderar las supuestas virtudes y excelencias que te adornan, no está de más que comiences por preguntarte qué quiere. Yo estoy de acuerdo. Creo que el interés es, no ya el más importante, sino probablemente también el único resorte de la adulación.

Por lo demás, en la defensa de dicha tesis no parece que me vea forzado a enfrascarme en severas controversias con nadie, pues así es como de ordinario ha sido entendida tal impostura ética. En nuestra lengua se define la adulación como el acto de halagar interesadamente. Lo mismo que hace muchos siglos ya había concluido Teofrasto: «Se podría definir la adulación –-leemos en los Caracteres– como un trato indigno, pero ventajoso para quien lo practica.»

Ahora bien, es importante advertir que la adulación no consiste en un solo vicio o maldad, sino que, por su propia naturaleza, únicamente puede conformarse mediante la colaboración de varios: fingimiento, mentira y deslealtad son algunos de los principales. Se puede, ciertamente, ser desleal sin adular, pero no cabe ser adulador sin incurrir en deslealtad, y otro tanto ocurre con el mentir o el fingir: en su ejercicio no necesitan de la adulación, pero la adulación no sólo los necesita, sino que no puede darse sin ellos. Mas también, con no poca frecuencia, el adulador se hace acompañar asimismo de la traición: toda vez que sus expectativas no se vean satisfechas (y muchas veces aun siéndolo), al acto de adular le seguirán la calumnia, la maledicencia y, en suma, la traición (aunque la adulación misma es una traición permanente). Acertadamente observaba Quevedo que: «Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.» Y esto es así, seguramente, porque toda adulación descansa sobre cimientos de envidia y de resentimiento; envidia de lo que el otro posee, y resentimiento por tener que adular para obtener el favor que se desea. El adulador no sólo desprecia a quien adula, sino que se desprecia también a sí mismo por lo que hace («El adulador –decía La Bruyère– nunca piensa bien de sí mismo ni de los demás»). Y cuando el otro ya no resulta útil, difícilmente puede el adulador dejar de dar el paso a la traición más abyecta; doblemente resentido si no ha alcanzado su meta: resentido por haber adulado y resentido porque tan rastrero comportamiento no haya servido a su propósito. Pero aunque éste se logre, no por ello quien adula dejará de traicionar a su benefactor: su resentimiento tomará ahora la forma de profunda vergüenza, y necesitará tratar de olvidarse cuanto antes de la forma ruin mediante la que ha llegado a su meta, mas necesitará que lo olviden también aquellos que, como espectadores, hayan podido asistir a la representación de sus viles maniobras. ¿Cómo, pues, podría intentar romper ese lazo humillante que amenaza atarle de por vida al adulado, recordándole a cada instante (y recordándoselo a los demás) el ser despreciable que en realidad es? Muy simple: poniendo su empeño todo en destruir a quien le ha beneficiado.

Catedrático conozco de esta venerable Universidad de Oviedo que tras acceder a tal dignidad académica (mediante el favor, por supuesto: difícilmente lo hubiera logrado de otro modo), no pudo contenerse, y aguijoneado por los efectos de una copiosa comida, regada más que generosamente, exclamó: «¡Ahora ya no tengo que lamer el culo a nadie!» (sí, es cierto: además de adulador es tonto). Sorprendido por un reconocimiento tan estúpido como espontáneo de su condición, le pregunté si hasta ese momento había lamido muchos. Nunca más volvió a dirigirme la palabra (lo que a mi vez tengo por un no menguado favor y honor). Y, por supuesto, no bien hubo tomado posesión de su canonjía, se dedicó con todas sus fuerzas a la caza y captura de quien lo encumbró a ella. A mi no me extraña que en el infierno de Dante los aduladores tengan su lugar propio en un pozo lleno de excrementos: para quien ha pasado la vida lamiendo culos, qué lugar mejor para pasar la eternidad que un montón de mierda. Con Bacon, me hallo firmemente persuadido de que la adulación es la bajeza más vergonzosa.

Con lo dicho (según creo), está señalado lo esencial, y poco más hay que añadir. Obviamente, resulta prácticamente innecesario subrayar que la adulación es la antítesis de la amistad: en el adulador no hay cariño real ni admiración sincera hacia el adulado, sino más bien (como ya se ha apuntado) envidia y resentimiento. El adulador es un parásito que permanece unido a su víctima mientras ésta le suministra alimento, y cuando la fuente se agota, se apresura a saltar de improviso sobre las espaldas de otro desprevenido. No es, por ello, gran descubrimiento el de Séneca cuando afirma que: «Quien haya sido admitido por utilidad, placerá mientras sea útil (...) Quien comience a ser amigo por conveniencia, acabará de serlo también por conveniencia.» Algo en lo que también insiste Cicerón: «Si el provecho es la causa de la amistad, el provecho la destruirá.» En realidad, la amistad no puede propiamente destruirse, porque la verdad es que nunca existió. Sucede, simplemente, que acabada la utilidad, el adulador muestra su verdadero rostro, se descubre como lo que nunca dejó de ser: un completo miserable. Y por aquí venimos a dar en que eso que siempre se ha dicho, a saber, que a los verdaderos amigos se les conoce en la adversidad, no es un mero tópico, sino una profunda verdad. Se cuenta que Tarquino, al iniciar su exilio, hizo la siguiente observación: «He sabido qué amigos me son fieles y cuáles no ahora que ya no puedo recompensarlos.» Es una pena que no se haya dado cuenta antes. A mí no me gustaría tener que esperar al momento de la desgracia para efectuar una comprobación tal. Ojalá el destino me trate bien, que a los aduladores (si llegan) ya me encargaré yo de desenmascararlos.

Mas, ¿qué decir del adulado? Pues que si bien es cierto que nadie está libre de tropezarse con un adulador, ni tampoco de enmarañarse en las sutiles redes de su venenoso canto, no lo es menos que quienes más sensibles resultan al falso halago, siendo, por tanto, más proclives a encontrarse a merced del adulador, son aquellos de natural soberbio y vanidoso. Como dice Espinosa: «El soberbio ama la presencia de los parásitos o aduladores y odia, en cambio, la de los generosos.» Sin dejar de mostrarme de acuerdo, yo opino, sin embargo, que para el adulador es víctima más fácil quien peca de vanidad que de soberbia, porque, después de todo, al vanidoso los halagos recibidos jamás le parecerán exagerados, sino verdad justísima y acertada. Mark Twain lo expresaba irónicamente: «Uno no sabe nunca cómo responder a un cumplido –dice–. Yo los he recibido innumerables veces y siempre me hacen sentirme incómodo..., siempre me quedo con la impresión de que se han quedado cortos». Pero completamente en serio lo dice F. de la Rochefoucauld cuando escribe que: «La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad.» Y mucho antes que él, Cicerón defendía la misma idea, asegurando que: «Aquel que presta más oído a las lisonjas es el mismo que es más dado a halagarse a sí mismo y que más se deleita en su persona.» No estoy, en cambio, tan seguro de que, como afirma Kant, al «orgullo (...) basta adularle para tener, gracias a esta pasión del necio, poder sobre él». Pero en cualquier caso, tenemos que serían tres los temperamentos en los que el adulador encontrará un terreno más favorable para sembrar su ponzoña, aunque yo no dudaría en conceder el primer lugar al vanidoso, frente al soberbio y aún más frente al orgulloso.

Yo, que peco sólo lo justo (o eso creo) de soberbia y orgullo, soy lo suficientemente insignificante como para no poder permitirme, en cambio, incurrir en el vicio de la vanidad, y lo suficientemente insignificante también como para que nadie pierda el tiempo en adularme; mas, cuando ha sucedido (y alguna vez ha sucedido), puedo envanecerme (ahora sí) de haberlo detectado de inmediato, y puedo asegurar que he disfrutado mucho con la situación. Por lo demás, una vez que se descubre la adulación, resulta enormemente sencillo conocer el juego del adulador, saber qué quiere, porque siempre quiere algo: la adulación, que se alimenta de la vanidad, nace siempre del interés.

Asimismo, estoy convencido de que entre los muchos vicios que me adornan no se encuentra el de adular. No me interesa nada que me vea obligado a comprar con falsas lisonjas. Para conseguir algo puedo callar lo que en verdad pienso, pero no decir lo que no pienso. Puedo ser tan taimado que me sirva del silencio si ello redunda en mi propio beneficio (tal vez me descubro más en lo que callo que en lo que digo), pero no tan rastrero como para poner mi cara a la altura de las posaderas del prójimo.

Quien gusta de la adulación es un necio, pero quien se sirve de ella es peor: es el esclavo de un necio. Yo tengo siempre muy presente el consejo de Cicerón: «Ten a mano la amabilidad y aleja de ti la adulación, criada del vicio, ya que es indigna no sólo de un amigo, sino de cualquier hombre libre, pues de una manera vivimos con un tirano, de otra con un amigo.» Y si me viera forzado a elegir, antes preferiría tener enemigos que aduladores, porque la enemistad no es incompatible con cierta nobleza, pero en la adulación (y en la enemistad nacida frecuentemente de ella) sólo ruindad se encuentra.

lunes, 24 de junio de 2013

Autonomía, asambleas y lucha contra el intervencionismo



Prof. Jesús Silva R.

 Publicado en Diario El Aragüeño - 21.01.13

Imaginemos por un instante si nuestra gloriosa Universidad Central de Venezuela, institución para la cual quien suscribe presta servicios como trabajador docente fuera víctima de la intervención del Estado a través de un tribunal debido a la petición irresponsable y mezquina de algún miembro de la comunidad universitaria que no comparte el régimen jurídico interno de nuestra amada Casa de Estudios o sencillamente porque no ha resultado favorecido por la decisión de una asamblea de profesores o estudiantes. El resultado de esa aventurera acción sometería a la universidad al grave riesgo de perder su autonomía y nunca más recuperarla.
 Este ejemplo se extiende a otras personas jurídicas, sean del ámbito público o privado, llámense asociaciones, corporaciones, gremios, clubes, empresas etc. 

Pues cuando un integrante o una arribista minoría de ellos, recurre a mecanismos externos, maniobras leguleyas, campañas de sabotaje y difamación o cualquier tipo de abusos para imponer forzosamente sus intereses propios por encima del colectivo y del ordenamiento jurídico interno que protege a la asociación, es evidente que está destruyendo el régimen de convivencia y promoviendo que esa misma entidad termine siendo definitivamente intervenida o expropiada, según sea el caso.

Así como el intervencionismo del Estado en el sistema universitario pudiera ser la consecuencia final si por conflictos internos y falta de diálogo se genera una apariencia de anarquía, caos, guerra interminable o ingobernabilidad universitaria; lo mismo puede acontecer con cualquier otra institución o agrupación de la vida social.    

Por eso no se deben despreciar las vías internas, como por ejemplo la bondad democrática de la Asamblea; esta es según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): una “reunión numerosa de personas para discutir determinadas cuestiones y adoptar decisiones sobre ellas”

De allí que sea requisito esencial para la democracia y la convivencia sana garantizar espacios como la asamblea para la discusión de los temas fundamentales y la búsqueda de acuerdos basados en el razonamiento, el humanismo, los objetivos comunes y el espíritu unitario.
La Asamblea como organismo superior de la corporación, es al mismo tiempo el escenario legítimo y más conveniente para que el conjunto de asociados manifiesten mediante ideas y actos, su compromiso efectivo con el interés y buena marcha de la persona jurídica por ellos conformada. Celebrar una asamblea siempre favorece a la totalidad de asociados, nunca a un segmento, pues representa el escenario democrático por excelencia para la toma de grandes decisiones, corregir las equivocaciones y revitalizar la unidad entre miembros de una misma familia.

Formalidades no esenciales e interpretaciones jurídicas confusas jamás deben convertirse en obstáculo para que la comunidad ejerza su libertad de expresión en esos escenarios abiertos, públicos y voluntarios como los que permite la asamblea. Según la DRAE, autonomía es la potestad que dentro de un Estado tienen municipios, provincias, regiones u otras entidades, para regirse mediante normas y órganos de gobierno propios. 

Como ucevistas somos consecuentemente autonomistas y llevamos dignamente esa doctrina a todos los ámbitos nuestra vida pública y privada; nos negamos a la tesis de un Estado autocrático e interventor judicial de la vida de los ciudadanos y las asociaciones que ellos legítimamente han fundado. Si golpeamos nuestra autonomía, abrimos las puertas a que al final nos arrebaten lo nuestro y que  tanto esfuerzo le ha costado a esa mayoría social de nuestra de clase media, vale decir, mujeres y hombres que conducen diversas asociaciones.

La buena marcha de la asociación depende de una actuación sabia, que entienda siempre la política como la ciencia de transformar la voluntad individual en una voluntad comunitaria para así lograr grandes objetivos sociales. Nunca pretender que un bloque aplaste al otro, ni tomar el gobierno por la fuerza o el engaño. 

De lo que se trata es unificar los bloques mediante la praxis del diálogo, la búsqueda de factores que nos unan, el consenso, el respeto por la diversidad, el agotamiento de vías internas y el reconocimiento del otro, todo esto en el marco de la autonomía y sin el intervencionismo de entes extraños.

lunes, 22 de abril de 2013

Hembrismo, una copia del machismo


Por: Jesús Silva R.

El hembrismo no se parece en nada al feminismo, pues este último está representado por un sistema de principios que procuran la implantación de la igualdad de género en todos los ámbitos de la vida humana; mientras que el primer concepto (hembrismo) significa una visión de barbarie, e inclusive violencia, en cuanto a las relaciones de poder en la sociedad, donde las mujeres imponen un régimen de supremacía y dominación sobre los hombres, tal como muchos de ellos lo han hecho en las sociedades patriarcales.

Aunque en la historia, el hembrismo sea cuantitativamente inferior al machismo (y nadie duda que ancestralmente el machismo ha sido un gran flagelo para la humanidad), no deja de ser pertinente denunciar los efectos nocivos que estas sectas radicales del hembrismo (cada vez más numerosas) causan en la vida social, ya que precisamente sus desviaciones atentan contra el prestigio de la mujer moderna (solidaria, fraternal, justa y democrática) que en el siglo XXI es admirable protagonista en los escenarios de la educación, la ciencia, la política y el trabajo.

Por lo tanto el hembrismo no identifica a una mujer futurista que ha superado la antigua sumisión de sus ancestras frente a la dictadura patriarcal, por el contrario ejemplifica un pensamiento rudimentario y salvaje inspirado en la violencia injustificada y el no reconocimiento a la dignidad de las personas, vale decir, base esencial de la convivencia humana.

En efecto, lo más lamentable del hembrismo es su carácter de doctrina inculcada a través de generaciones de féminas que transfieren unas a otras una serie de inconvenientes prejuicios y resentimientos contra los hombres, vale decir, un rencor que supone la guerra contra "los machos", como si la mala experiencia en convivencia, con uno o varios de ellos, fuera elemento suficiente para calificar negativamente a toda la población de hombres, es decir, como si un individuo representara la totalidad.

Es así que frecuentemente, la madre, la hermana, la pariente o la amiga cercana (que han experimentado el divorcio, la separación, la maternidad en soltería, la violencia en el hogar, años de matrimonio disfuncional y conflictivo, o simplemente el maltrato por el hombre en cualquier otra situación) se convierten en hembristas veteranas (profesoras) al adoctrinar a las mujeres más jóvenes (incautas) en el prejuicio contra los varones, basándose en un traslado de infelices experiencias propias que violan el razonamiento lógico, pues en efecto, cada persona vive circunstancias propias de modo, tiempo y lugar que hacen absurda la imitación de conductas ajenas como supuesta solución a problemas personales.

Sin embargo, el hembrismo, familiarmente promovido, conlleva a la mujer joven (aprendiz) a emprender una confrontación por el poder contra el hombre, la cual, en la mayoría de las veces, no es deseada ni correspondida por su compañero, generándose así, la inevitable pérdida de afectos, episodios de incomprensión y ruptura de vínculos, evidentemente motivados por ese enfermizo hembrismo que fue inyectado a la pareja por inescrupulosos agentes externos (terceras personas).

A la discípula hembrista se le educa para el egocentrismo (actitud que pareciera enorgullecer a sus maestras y ancestras hembristas) y se le incita a imitar las conductas más repudiables del machismo tradicional, tales como un comportamiento imponente y dominante, así como una superioridad (siempre acompañada del alarde frente a la sociedad) en las relaciones de poder frente a los hombres, que incluyen el trabajo, el estudio, la pareja, la capacidad económica, la política, la sociabilización, la reputación y por supuesto la sexualidad.

El pensamiento hembrista, aparentemente fundado en un afán de revancha contra siglos de patriarcado y sometimiento machista, anula las posibilidades de construir una nueva sociedad que supere las viejas injusticias, es decir, un sistema basado en la igualdad real entre mujeres y hombres.

Por el contrario, el hembrismo fomenta la destrucción de las relaciones sociales en armonía y se orienta en un delirio prepotente (ideado por culturas primitivas y atrasadas) de instaurar un modelo de opresión sobre las personas que va contra la propia naturaleza humana y las reglas de una sociedad democrática, fraternal y respetuosa de la igual dignidad de sus integrantes, tal como lo plantea el movimiento feminista mundial, del cual, millones de mujeres y hombres formamos parte activamente.

Nunca olvidemos que todo el que posee un falo, no siempre es un machista; ni toda la que tiene una vulva necesariamente es una feminista. Pues la igualdad de género y el feminismo se basan en la cosmovisión de un mundo sin violencia ni sometimiento; y no obedece a la cualidad implícita de haber nacido mujer u hombre.

sábado, 20 de abril de 2013

Chisme... Introducción al análisis


Por: Jesús Silva R.

Según la Real Academia Española, por chisme se entiende: "Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna".

Aunque mucho se comenta sobre el chisme desde el punto de vista cotidiano porque a veces causa risa y a otras indignación, dependiendo de la relación directa que tenga con éste (sea usted víctima o victimario), lo cierto es que rara vez se ha publicado un estudio metodológico o sistemático para explicar las razones que convierten en chismosos a individuos que parecerían normales.

Para tal fin, apelamos un enfoque de la realidad humana que reconoce el desarrollo económico como base de la cultura, la política, las normas, la ideología, la tradición, la moral, las instituciones y demás aspectos que rigen la vida de la sociedad.

Considerando la influencia general de la economía, es posible diferenciar el bienestar mental, de las personalidades más desarrolladas en las actividades del trabajo y la producción de riquezas, frente a aquellas que se encuentran perdidas en la desocupación, la falta de oficio o excesivo tiempo disponible para la ociosidad. 

Es el caso que desde el origen de la especie humana, el trabajo ha sido un elemento esencial para el progreso de la capacidad cerebral del individuo, ya que a través de la actividad laboral permanente es que la humanidad ha acumulado inmensos saberes y producido las valiosas obras científicas y tecnológicas, que generación tras generación, han favorecido al mundo hasta nuestros días.

Resulta un hecho evidente en el transcurrir del tiempo, que los mejores talentos del ser humano se manifiestan mediante el trabajo productivo, y en tal sentido, es obvio también que la ausencia de desempeño laboral (trabajo), perjudica la naturaleza humana al crear deterioro en las capacidades mentales y aptitudes del individuo.

Abordando el punto del deterioro intelectual de la persona y de la falta de actividad laboral, como causante de este terrible mal, es relevante ubicar en el contexto actual de la sociedad competitiva, las consecuencias que los sujetos con estas características de desventaja sufren en sus relaciones sociales. 

Nótese que si el trabajo es el motor del desarrollo intelectual y material de la gente, y es bien conocido que en la sociedad actual hay más demanda de empleo que ofertas para trabajar, no cabe duda que existe una competencia laboral que genera como resultado que algunos salgan victoriosos, alcanzando nuevas posiciones y otros caigan frustrados e ingresen a la masa de los marginados del mundo productivo.

He allí el escenario (circunstancias sociales) de partida que impulsa a emprender el oficio del chismoso, se trata principalmente de quienes no han logrado satisfacción ni plenitud mediante el cumplimiento de los objetivos deseados (personas que no están viviendo la vida que han querido vivir). 

Son éstos quienes más se destacan por promover especulaciones, rumores, maledicencia o injurias que de alguna manera puedan menoscabar la reputación de aquel que tiene la dicha de haber conquistado alguna meta o situación favorable, que es codiciada en una comunidad determinada o en la mayoría de la sociedad.

Ahora bien, habiendo aclarado que la existencia de desigualdad social en el campo del trabajo es una injusta realidad provocada por el sistema económico excluyente y por ende, un fenómeno generador de resentimiento, que a su vez motiva a la fabricación del chisme para desacreditar a quienes se encuentran en mejor situación; es fundamental agregar ahora que el origen de esta problemática nace del trabajo, pero siempre se extiende al universo de los bienes, valores, dones y atributos de la sociedad, siempre por la infeliz situación de que unos son propietarios de tales y otros no.

Es así que por ejemplo, quienes poseen talento, inteligencia o gracia, son frecuentemente objeto de matrices de opinión negativas (chismes) que persiguen desprestigiarlos frente a la colectividad, con el propósito de derribarlos de la próspera posición social que ocupan a consecuencia del agrado, admiración, confianza o respeto de la gente.

Es precisamente la envidia de los individuos vacíos, opacos y carentes de bienes sociales que iluminen su espíritu propio, quienes más sufren envidia como resultado de su insatisfacción personal; y es esa envidia, ese deseo ilegítimo de arrebatar la riqueza moral, intelectual o material del otro, lo que causa la amargura al envidioso y que a continuación lo conduce a desplegar el chisme como actividad maligna mediante la cual aspira degradar o reducir los méritos públicos de su víctima para entonces remediar la sensación de inferioridad que en el fondo el victimario tiene contra ésta.

Desde el punto de vista de las carencias e inconformidades en la realización personal se explica que individuos aparentemente afortunados (miembros de la clase social privilegiada), con un buen empleo, una empresa, una vida familiar estable, amistades genuinas, etc., se sientan en el fondo miserables e insatisfechos, ya que independientemente de los bienes materiales o espirituales que posean a su alrededor y que despierten admiración en terceras personas, la realidad es que estos seres humanos no están ejerciendo la actividad que realmente los complace, ni viviendo la vida que verdaderamente desean.

Por tales motivos, plagas como el chisme y la envidia (esta última madre de la primera), son fenómenos que afectan a todas las clases sociales (burguesía, capas medias, trabajadores, pequeña burguesía, etc.) es decir, tienen carácter policlasista, pero no constituyen un asunto meramente psicológico o afectivo, sino el producto objetivo del régimen social mercantilista donde la humanidad no dispone de libertad plena para desplegar y ejercitar todas sus capacidades creativas y productivas y por tal motivo surgen desigualdades y contradicciones en el ámbito de las relaciones sociales que conllevan a la insatisfacción, la infelicidad y las malas conductas que afectan la convivencia.

En efecto, si trabajáramos mancomunadamente en una sociedad de amigos, si todos pudieran dedicarse a las tareas de preferencia propia y tales fueran suficientes para vivir confortablemente, universalmente gozaríamos de una alta calidad de vida material, intelectual y espiritual que haría desaparecer a envidiosos y chismosos, habida cuenta de que no tendrían resentimiento que padecer, ni materia sobre la cual pronunciarse, ni infamia que fabricar, ni especulación que difundir de puerta en puerta, ni cretino comentario que esparcir mediante pin, e-mail, facebook, twitter, messenger, teléfono, susurro al oído, etc.

En definitiva, el trabajo, entendido como actividad cuyo valor radica en la creatividad, productividad y aporte a la sociedad, es lo que nos brinda gratificación personal y aprecio de la comunidad. Sólo el trabajo sano y feliz nos libera de conductas mediocres y atrasadas, como el chisme y la envidia, pues muy al margen de que con una posición social determinada materialmente nos hagamos ricos o no, lo importante es la riqueza espiritual, intelectual y moral que se conquista auténticamente y que nos consolida como personas libres de conductas primitivas e instintos de rapiña como los que hemos denunciado.

sábado, 23 de febrero de 2013

Impuesto sexual en oficinas y universidades



Jesús Silva R.


Publicado en semanario La Razón (17  al 24 de febrero 2013)

La reciente discusión vía twitter entre un neochavista animador de tv y un poco tolerante escritor de telenovelas picantes le ha dado notoriedad al polémico tema que es vulgarmente conocido como “operación colchón”. No se trata de acoso sexual (persecución), sino de acuerdo sexual (propuesta de dando y dando). Se le debe interpretar como abuso de poder en el trabajo o en el aula de clase, y al mismo tiempo una conducta cruel que debe ser castigada por la ley. 


Es condenable (al menos hoy moralmente y ojalá que en un futuro lo sea penalmente) el “cobro de impuesto sexual” (propuesta indecente) a las mujeres bajo el ofrecimiento de recompensas en dinero, beneficios laborales o en especie (incluyendo profesores que ponen esta “condición tributaria” para regalarle nota aprobatoria a las alumnas deficientes que están reprobadas ya que todo ello pervierte y prostituye a la sociedad.

Muchos criticarán mi postura radicalmente feminista que se parcializa por quienes teóricamente son débiles jurídicos y socialmente vulnerables. Tal vez opinarán conservadoramente que si la dama mayor de edad acepta la transacción (intercambio) es porque quiere hacerlo o le gusta el negocio planteado, que su consentimiento equivale a la cultura de vagabundería o el libre ejercicio de la sexualidad femenina en una sociedad moderna que debe respetarle a las mujeres la misma promiscuidad que se le apoya a los hombres. Que de alguna manera Dios le concedió ese “recurso natural” a las mujeres para defenderse (y ascender) en la sociedad de cualquier época. Que eso forma parte de su vida privada así como de su derecho a gobernar sobre su propio cuerpo. Pero a mi entender, quizás el asunto no es tan simple.

Imaginemos por un instante si buena parte de los sitios de trabajo o instituciones educativas estuvieran bajo el dominio por hombres chantajistas que reclaman servicios sexuales y que prácticamente cualquier mujer atractiva siempre encontrará en el camino de su vida laboral o estudiantil a uno de estos insensatos abusadores. Surge entonces la encrucijada entre la urgente necesidad cuidar el empleo y ganar un salario para sobrevivir, el sueño de llegar a graduarse (conquistar una profesión para vivir de ella y como dicen por ahí “ser alguien” el día de mañana); o por el contrario preservar el honor en su entera dimensión y rechazar cualquier forma de chantaje o cobro indecente por muy secreta o discreta que sea esta operación entre dos.

Si bien el honor propio es un bien jurídico fundamental e innegociable que cada persona debe defender para sí; también es constitucionalmente exigible al Estado, al sistema de justicia, a las instituciones públicas y privadas, al igual que a la sociedad organizada que no permanezcan indiferentes ante un mal que carcome la dignidad de nuestra sociedad. Mal pueden quedar indefensas estas mujeres chantajeadas porque parte primordial de la salud, el equilibrio y el orden de la sociedad supone combatir a estos expertos negociadores del sexo, detectar su conducta ventajista, destituirlos de sus cargos y sancionarlos penalmente, siempre que hubiere pruebas suficientes de sus actos criminosos.

En este mismo contexto están exceptuados de cualquier reproche a su conducta quienes libre y voluntariamente deciden formar pareja estable o casarse al margen de cualquier chantaje o transacción, pues no hay norma ética o jurídica que establezca impedimento para la relación afectiva de un hombre y una mujer que se hayan encontrado o conocido inicialmente en espacios laborales o académicos, siempre y cuando su vida privada no se mezcle con sus actividades de trabajo o estudio.

No menos importante es penalizar los casos de simulación de hecho punible donde quien se presenta como mujer víctima es en realidad quien comete la extorsión y amenaza a su patrono o profesor con generarle falsamente un escándalo sexual (acoso fabricado) sino se le satisface su interés (de ser contratada o ascendida en un empleo, o fraudulentamente aprobada en una materia universitaria). De un examen equilibrado y profundo de cada caso (sin prejuicios de ningún tipo), depende hacer verdadera justicia y que no se promueva más delincuencia, calumnias ni denuncias falsas.

Es inaceptable que estos adictos sexuales, sean hombres o mujeres (porque casos de agresión femenina también existen) jueguen con la comida (el pan y el trabajo) de las personas más humildes de nuestro pueblo; así como el desarrollo de su carrera estudiantil, universitaria o profesional. Es tiempo que la Asamblea Nacional legisle contra conductas que se inscriben en acoso moral (mobbing) a fin de una protección más efectiva de los derechos humanos.